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Así como muchos de los grandes cocineros y cocineras iniciaron su vínculo con la gastronomía en la infancia, el recorrido de Pedro es completamente diferente, y su cocina lo refleja. En su gastronomía no hay reglas heredadas ni recetarios inconscientes; no cocina como cocinaba su abuela ni como cocinaba su madre, sino que cocina como cocina él. Toma riesgos y se reinventa en función de los productos con los que trabaja, tratando a una almendra como si fuera la más lujosa de las trufas. Escucha todo tipo de música, lee con una curiosidad voraz y mira cine, y esa amplitud de intereses se traduce en sus sabores, contrapuntos y texturas.
Máximo Pereyra Yraola
MARIA ZANETTI PARA CHUCRUT
LA GASTRONOMIA ES UNA FILOSOFÍA.
Pedro nació en Mendoza, se crió en San Luis y se mudó a Buenos Aires a los 16 años. Cuando terminó el colegio decidió estudiar Agronomía, no por vocación sinó porque su abuelo tenía campos y tambos y Pedro, al menos de chico, había pasado varios veranos entre cultivos y montañas. No funcionó. Buscaba nuevas opciones cuando una tía le recomendó estudiar Gastronomía, para hacer algo con sus manos. Por entonces con 20 años jamás había cocinado. La cocina era para él un camino impensado, pero que tenía a la vez una ventaja: la posibilidad de viajar.
De pronto llegaron la Escuela de Cocina, los primeros empleos y, rápidamente, el descubrimiento de una pasión por la buena comida y el fine dining que le valió una beca, un puesto en la cocina de CHILA –por entonces a cargo de Sole Nardelli– y una seguidilla de viajes que lo llevaron a trabajar en Francia con Mauro Colagreco y con David Toutain. Luego volvió a CHILA, esta vez como Jefe de cocina, y al año regresó a Europa, trabajando en todos lados y aprendiendo de las culturas culinarias del Reino Unido, Italia, Bélgica, Dinamarca y Rusia. Cuando Andrés Porcel, fundador de CHILA, le preguntó a fines de 2016 si le interesaría tomar el timón de CHILA, Pedro interrumpió todo y volvió una vez más.